“Entre más me engorde menos me va a querer la gente y […] cuando a uno le dicen que está flaco, como que uno se siente bien, pues, no debería ser así porque entonces, es como lo implícito de que entonces estar gordo está mal”.
El comentario es de una joven de 24 años, en Medellín, Colombia, que participó en un estudio de exploración de las experiencias y relaciones entre el trastorno de conducta alimenticia y la gordofobia, y que muestra como muchos otros jóvenes adultos, adolescentes y niños experimentan este estigma.
La gordofobia, definida como la naturalización de la discriminación, la intolerancia y el rechazo a las personas gordas (en sobrepeso u obesas), ya sea propia o externa, influye de manera negativa en los esfuerzos para enfrentar de manera efectiva el sobrepeso y la obesidad.
Esto nos plantea un reto frente a los derechos y la salud mental, en sociedades también condicionadas por modelos culturales que idealizan la delgadez, y nos lleva a preguntarnos, ¿cómo podemos trabajar en la prevención de enfermedades no transmisibles influenciadas por el sobrepeso y la obesidad sin marcar una visión prejuiciosa en los cuerpos?
Una discusión a plantear
En el artículo “Gordofobia, una lectura desde (y para) el Trabajo Social”, publicado en la revista Revista Perspectivas, en 2020, se señala que el origen de la palabra “gordofobia” viene del término “Fatphobia”, puesto en circulación por un estudio realizado en 1984 en Estados Unidos, “para referirse a las actitudes negativas de la población local de Minnesota hacia los estereotipos que se relacionaban con las personas gordas”.
Y estas actitudes negativas inciden en la insatisfacción corporal y pueden inducir a desórdenes alimentarios. Además, al considerar el sobrepeso y la obesidad como una situación de salud individual y ajena al contexto ambiental, cultural y político que nos rodea, provoca también que le sean atribuidos rasgos prejuiciosos de “pereza y descuido” y, por consiguiente, actitudes de acoso y de discriminación.
Pero por otro lado, de acuerdo a lo planteado por en la investigación “Actitudes hacia la obesidad: un estudio desde la satisfacción corporal y las diferencias por sexo”, publicado este 2024 en la Revista Psicología de la Salud (Universidad Miguel Hernández de Elche, Alicante, España) las actitudes positivas hacia la obesidad que promueven la aceptación e inclusión de las personas sin importar el peso o imagen corporal podrían causar que “la obesidad pase desapercibida o bien, se minimice su gravedad”.
“Lo que provoca que los programas de control de peso no logren los objetivos esperados”, apunta el artículo. No obstante, agrega que “cuando la persona percibe un riesgo para su salud o bien ya presenta alguna enfermedad crónica, comienza a tomar en cuenta la seriedad de la obesidad”.
¿Cómo abordarlo?
Negar las consecuencias del sobrepeso y la obesidad no es un camino adecuado. La evidencia de décadas indica que la influencia de este factor en la aparición de enfermedades no transmisibles (ENT), como los padecimientos cardiovasculares, diabetes, trastornos del aparato motor y algunos tipos de cáncer.
Sin embargo, se olvida su incidencia en la salud mental y en cómo la gordofobia ahonda este aspecto en las personas con obesidad o sobrepeso, al internalizar este rechazo corporal.
“Es importante recalcar que, si se habla de potenciar la salud, las personas se motivan más por mensajes que se focalizan en comportamientos saludables y que promueven la aceptación de cuerpo, en vez de aquellos que se basan en el peso corporal”, se indican en el artículo “Gordofobia: Una deuda en el campo de la psicología”, publicado en la Revista Perspectiva, en 2021.
La psicóloga Ana María Gallardo, autora de este artículo, expone que una de las razones que sostiene el estigma de la gordofobia es la falsa creencia de que la crítica y promover la culpa hacia el cuerpo podría generar cambios en hábitos relacionados con el sobrepeso y la obesidad.
“Sin embargo, como profesionales de la salud mental debemos alertar acerca del efecto contrario que tienen dichas críticas: aumento de peso, desórdenes alimentarios, abandono de dietas y evitación de actividades físicas, desmejoran el bienestar físico y mental, además de disminuir la percepción de autoeficacia en torno a estilos de vida saludables y evitación de consultas médicas para mejorar la salud”, advierte.
Un criterio equilibrado
Trabajar por la prevención del sobrepeso y la obesidad, que de acuerdo con datos de Organización Mundial de la Salud para el 2022 afectaba a unos 2,500 millones de personas adultas, 37 millones de niños y niñas menores de cinco años y 390 millones de niños, niñas y adolescentes entre 5 y 19 años, debe también acompañarse de un sentido de respeto a la dignidad y derechos de la persona, así como una priorización en su salud mental.
Integrar a los criterios a las políticas públicas de prevención de sobrepeso y la obesidad la visión amplia de los distintos factores que inciden en su prevalencia, como las limitaciones para el disfrute de una vida saludable por falta de seguridad ciudadana, la carencia de espacios para actividades físicas, el acceso a alimentos saludables, falta de regulaciones a la publicidad y etiquetados que informen a las personas para hacer una selección adecuada de alimentos.
Además, concienciar al personal médico y los actores políticos y sociales que intervienen en lograr el acceso a una alimentación saludable para contrarrestar el sobrepeso y la obesidad sobre los efectos adversos de una mirada prejuiciosa y estigmatizante de la gordura, considerando la aplicación de un abordaje médico, político, social y cultural de cambios de hábitos y marcos estructurales desde la aceptación y valor individual y colectivo de las personas.
Y es Saludable Saberlo.